MI 9 DE DICIEMBRE

Voy a intentar poner en palabras qué me pasó ese día, aunque sé que me va a costar mucho. *

Editoriales 09/12/2020 Redacción

Voy a intentar poner en palabras qué me pasó ese día, aunque sé que me va a costar mucho.

Hace tiempo tenía ganas de escribir sobre esto, y nunca me animaba. Siento que más allá del fútbol me es algo ciertamente íntimo. Creo que esta es la mejor oportunidad: voy a dar lo mejor. Puede salir cualquier cosa.

El 9 de diciembre de 2018 yo estaba en mi casa con mi mamá, mi hermana y mi hermano. Mi papá había viajado, y por todas las suspensiones y posposiciones del partido, el del Bernabéu coincidía justo con su vuelo de vuelta. A la hora del partido, mi mamá hizo lo que hace siempre en los partidos picantes de River: se fue al cine. Se llevó a mi hermano, que en ese momento tenía nueve años.

Empezó el partido con mi hermana y conmigo en el sillón. El primer tiempo de River fue flojo, tan flojo que me acuerdo un tweet de Casazza diciendo que fue el peor primer tiempo de la era Gallardo, o algo así. Para colmo, su gol y el festejo y el autor: no podíamos esperar otra cosa, pero qué indignante que fue, qué momento tan Boca. En mi casa insultos iniciales porque salió de un centro atrás del Pity que Nacho no pudo recibir y silencio, pero ese silencio de angustia, de miedo, de preguntarnos si perdemos ¿qué nos queda contra ellos? ¿Cómo nos recuperamos? ¿Nos recuperamos? Era el gol de siempre, el que le hacen a River a los 44 del primer tiempo, pero no se sentía como siempre: nos condenaba.

Empezó el segundo tiempo, y River empató. Con el gol más River que viví, más que cualquier otro: caño, pared, pase inteligente, defensores patas para arriba en el área. Pelota al piso y al pie. Me abracé con mi hermana, también en silencio, y lagrimeamos los dos. Nos invadió todo: el sacarnos esa sensación de mierda de su gol, y el sabernos mejores, siempre mejores y hoy mejores. No lo queríamos decir, pero lo sentíamos. Creo que todos, entre el primer y el segundo gol, lo palpábamos: teníamos con qué hacerlo.

Terminaron los 90 minutos, y en la tele se escuchaba y se veía: ellos están muertos y nos los vamos a comer. Nadie lo quería decir -y hasta da miedo hoy escribirlo- pero era así.

Y llegó. Así, de la nada. De Enzo para Mayada, y de él para Quintero. Simplemente llegó. Sin mucho más. Dos pases más vale poco trascendentes, y bueno, Juanfer. Fue tan increíble que no me acuerdo cómo reaccioné. No me interesa. Era el gol; "El" gol, ese que le ganaba a todo, a la historia, a los fracasos, a las jodas, a descender y volver todos juntos, a Boca, pero no solo al Boca de Guillermo, sino a Boca institución, a Boca idiosincrasia: ese Boca que te gana con trampa, pegando y escupiendo, y que se la da de guapo, de pistola pero es el más beneficiado, a ese Boca que se cree grande, cuando siempre fue con suerte tu sombra, ese Boca feo, sucio, hipócrita, que no admitía que los últimos años le ganaste y le ganaste. Ese gol llegó: el que le ganaba a Boca y a todos, pero sobre todo a lo que teníamos adentro, porque para mí River no solo jugó contra Boca sino que también jugaba contra sus demonios más profundos, esos que crean otros equipos por envidia y por mala leche pero son tan usados y repetidos que te hacen creer que pueden en algún punto ser verdad.

Entre el gol de Juanfer y el último córner River jugó su peor fútbol en años. Contra nueve atacando con cuatro no podía hacer otro gol y hasta casi recibe el empate. El final es conocido. Yo fui uno de los que se dio cuenta de que no había nadie cuando el Pity llegó al otro área. Llamaba a mi papá por teléfono a ver si lo agarraba en el aeropuerto, pero no conseguía respuesta. Al rato recibí un mensaje suyo que, textual, decía: "Recién veo el gesto de Benedetto. Ganamos también por cosas como esas. En la generalidad, somos otra clase de gente". Cuando llegó me contó que aterrizó con el alargue empezando, y que terminó arrodillado en un free shop de Ezeiza abrazado a otro señor que no había visto ni volverá a ver jamás.

Hay veces que creo que pasa desapercibido: es el partido más importante de la historia. El que reflejó de qué está hecho y qué significa cada club. Había que más que nunca salir a representar qué significa cada uno, su club, sus hinchas, sus ideas, su historia. Me gusta creer que somos de River por eso, porque somos medio idealistas: creemos que las cosas se hacen bien, y lo vemos personificado en una institución de camiseta blanca y banda roja. La vida le debía a River algo así. River se debía algo así, algo ni siquiera soñado en el mejor de los sueños, algo que lo pusiera de vuelta y para siempre en su lugar, y que mostrara -porque la vida y la gente en mi humilde opinión son más acciones que palabras- que esto es River.

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